Uno de los salmos más conocidos por la mayoría de las personas es el salmo 23.
Allí el salmista dice en sus primeros versos: "El señor es mi pastor y nada me falta, me guía a verdes praderas y me hace descansar junto a arroyos de aguas tranquilas".
Este salmo menciona dos cuestiones que hoy en día afortunadamente están en debate, esas dos cosas no son ni más ni menos que el alimento y la calidad de vida.
Una de las novedades que nos trajo la modernidad, (habría que ver quien trajo a quien) fue el sistema capitalista, junto con él hubo significativas modificaciones en los sistemas de gobierno como, por ejemplo, caen los sistemas monárquicos para dar lugar a las democracias de las repúblicas que hoy conocemos.
No obstante, tal como venimos experimentando, somos presos de un sistema cuyas lógicas son la acumulación de bienes, la propiedad privada y la maximización de las ganancias.
La pregunta en este caso cae de madura: ¿de qué nos podremos proveer si por la acción de un sistema como en el que estamos viviendo en el futuro no tendremos verdes praderas ni arroyos de aguas tranquilas para descansar, comer y beber? ¿Cuántos hermanos nuestros ( hermanos no por profesar una misma religión sino por habitar esta misma casa que es la tierra) ya en el presente están pasando hambre y no tienen dónde estar?
Vivimos en un planeta que posee una enorme variedad de paisajes y lugares para ser habitados, sin embargo, la insistencia en vivir bajo un capitalismo que impone por sobre el bienestar de la humanidad su propia lógica excluye a cada vez más personas que deben tratar de subsistir, cuando estarían dadas las condiciones para que toda la humanidad pudiera descansar en verdes praderas y reposar junto a aguas tranquilas.
¿Cómo es que se dio el paso de una secularización que en términos de derechos e igualdad coloca en una misma instancia a creyentes y no creyentes, pero el confinar a la esfera de lo privado la fe nos limita la posibilidad de El encuentro de hermandad que ella supone?
El hecho de nombrar y visibilizar estas cuestiones nos arroja luz en una situación que ya no da para más, por eso es sumamente destacable la encíclica que su Santidad, el Papa Francisco ha escrito en 2015, abriendo el juego a un debate sincero y de enorme preocupación a creyentes y no creyentes de buena voluntad.
Esta encíclica es conocida como Laudato si.
En ella, se nos propone una mirada y se nos hace un llamado a un debate sincero que nos permita problematizar y actuar en función de una nueva vinculación armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza. En este sentido pensar en una ecología integral no supone el típico slogan de "Salvemos a las Ballenas" o "Salvemos al ecosistema" sino nunca mejor planteado, "salvémonos todos" es decir, humanidad y naturaleza como parte de un todo, o como podría decirse en términos de fe, como parte de la creación.
Por otro lado, ¿Quién podría discutir la evolución en términos de libertad y concepción de vida de las personas que trajo la secularización, habiendo dado paso de un pensamiento mágico, místico o supersticioso a un pensamiento ligado a la razón y la ciencia trayendo progreso en innumerables aspectos como por ejemplo la salud?
No obstante, tal como afirma la encíclica de Francisco, un antropocentrismo desmesurado ha dado lugar a la ruptura de lazos sociales, e incluso hoy en día bajo otros ropajes impide el fortalecimiento de ellos.
Por lo tanto, es necesario encontrar un equilibrio que permita la vinculación armónica del ser humano con la naturaleza, puesto que en ella habitamos y la suerte de ella, será la nuestra.
Tal como podemos encontrar en la escritura del santo padre, “Si el ser humano se concibe autónomo de la realidad material y se presenta como dueño/dominador de la naturaleza, la misma base de su existencia se desmorona porque se quita algo constitutivo de su SER”. Es que la humanidad forma parte de la misma naturaleza a la que el pensamiento moderno ha enfrentado.
Entonces, ¿no podríamos proponer una suerte de nueva consagración del aspecto individual para rescatar de la fe y de su forma de vida la cultura del encuentro?
Esta consagración, en tanto des secularización en términos en los que nos parece adecuado plantear, no supone una suerte de adscripción compulsiva a la religión cristiana (aunque como creyente muy en el fondo quisiera que sí) sino más bien como la vuelta a un pensamiento comunitario en el que podamos pensar en un destino que ya no sea estrictamente individual sino social y podamos tener en cuenta la relación que se nos plantea en el Laudato Si, de la fragilidad de quienes menos tienen y la fragilidad del planeta como una sola causa de la que debemos responsabilizarnos.
Una de las mayores objeciones a las que seguramente nos veríamos enfrentados es a la de quienes dicen que para que podamos pensar de manera colectiva, es necesario cambiar el sistema y su lógica, (postura válida si las hay) pero sin embargo sin llegar a plantear una revolución a ese nivel, ha habido ejemplos de un acercamiento a estas cuestiones que nos parece válido mencionar.
Una de ellas, la más importante para nosotros tiene que ver con la teología del pueblo, surgida luego del concilio vaticano II y la conferencia de Medellín, la clave de esta teología radica en su opción por los pobres, pero entendiendo la lucha no como una lucha de clases tal como la veía la teología de la liberación, sino como una lucha entre lo que es pueblo y anti pueblo.
¿Cómo entendía esta teología al pueblo?
“Pueblo, para esta corriente teológica, es entendido como una categoría histórica y mítica, una forma de fraternidad más allá de la estirpe. No la reduce a la suma masiva de individuos, ni al conjunto de los ciudadanos que componen una sociedad o a la población, sino como una conciencia de orígenes y vicisitudes históricas comunes, en el patrimonio de su tradición, en su background cultural y religioso, en el ethos societario que se deriva y alimenta, en su capacidad de integrar diversos componentes en un mestizaje étnico y cultural, en el tejido de su convivencia familiar, laboral y social, en un destino solidario compartido en pos de una vida digna y buena para todos”.
De manera que tomando estas experiencias que dieron lugar al surgimiento de un movimiento de sacerdotes que opta por los pobres, recuperamos en Laudato Si, esta teología con una mirada de pueblo ampliada sin supeditarla a un conjunto de individuos en una determinada región. Por el contrario, esta noción de pueblo es clave para pensar en función de la encíclica que de alguna manera la retoma, porque es en esta mirada en donde las fronteras se desdibujan para pensarnos como habitantes de una casa común, casa que debemos cuidar, para salvarnos todos, para que la dignidad sea para todos, procurando desde el encuentro revertir la situación de los más desposeídos, que sufren junto a una naturaleza que clama.
A fin de lograr esta recuperación de lo comunitario de las experiencias de fe, es necesario:
A) adoptar esa mirada comunitaria expresada por la teología del pueblo
B) Romper con la clasificación binaria que contrapone a creyentes y no creyentes
C) Establecer entre creyentes un diálogo democrático y ecuménico donde se imponga el deseo común de problematizar y buscar soluciones a los problemas de nuestra casa común independientemente del credo u otras diferencias.
Entonces para concluir, entendemos que esta suerte de consagración o des secularización que nos lleve a rescatar la cultura del encuentro propuesta por las experiencias de fe, no implica volver a un pensamiento místico y supresor de las ideas, autonomías o aspiraciones individuales, sino a moverlas a un segundo plano en pos del bien común, para que cualquier persona que habite la tierra pueda descansar en verdes
praderas junto a arroyos de aguas tranquilas.
Emanuel Groh