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viernes, 20 de mayo de 2011

CRISTO, EL APÓSTOL Y PONTÍFICE DE NUESTRA PROFESIÓN

«Considerad al Apóstol y Pontífice de nuestra profesión, Cristo Jesús» (Hebreos 3:1).
Cuando un viajero Pasa rápidamente a través de un país, su ojo no tiene tiempo de posarse sobre ninguno de los diferentes objetos que ante él desfilan, de manera que, cuando ha concluido su viaje, no hay en su mente ninguna impresión clara y permanente; tiene sólo una noción con¬fusa del país que ha recorrido.
Esto explica por qué la muerte, el juicio eterno, y la eternidad, hacen tan escasa impresión en las mentes de la mayoría de los hombres. La mayoría nunca se para a pensar, sino que deja pasar rápidamente su vida encontrándose al final ante la eternidad antes de que se haya hecho la pre¬gunta: “¿Qué debo hacer para ser salvo?" Se pierden eter¬namente más almas por falta de reflexión que por otras ra¬zones.
La causa de que los hombres no despierten y sientan ansiedad por sus almas, se debe a que el diablo nunca les da tiempo ni lugar a la reflexión.
Por esto Dios clama con fuerte voz: "Detente, pobre Pe¬cador, párate y piensa, considera tus caminos". "¡Oh, que fue¬ran sabios, que comprendieran esto y entendieran su pos¬trimería!" (Deut. 32:29). "Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento."
Del mismo modo Satanás intenta hacer que los hijos de los hombres duden de la providencia divina. Les lleva apresuradamente a la tienda y al mercado, a los negocios Y a los placeres. "No pierdas el tiempo les dice , que el tiempo es oro." Por esto Dios clama: "Detente, pobre pe¬cador, párate y piensa". Y Jesús dice: "Reparad los lirios del campo, cómo crecen, no trabajan, ni hilan... mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni anegan en al¬folíes".
Igualmente el diablo procura hacer que los hijos de Dios vivan vidas no gozosas, ni libres de congojas, y nada santas. Él los engaña procurando simplemente desviar su mi¬rada de Jesús; él, Satanás, les lleva a mirar mil cosas, como hizo mirar a las olas cuando Pedro andaba sobre el mar. Pero Dios dice: Mirad aquí, considerad al Apóstol y Pontífi¬ce de vuestra profesión; mirad a mí y sed salvos; corred vuestra carrera mirando a Jesús; considerad a Cristo el mismo ayer, hoy y por los siglos.

I. LOS CREYENTEIS DEBIERAN VIVIR EN UNA CONSIDERACION DIARIA DE LA GRANDEZA Y GLORIA DE CRISTO
1º. Hubo un tiempo cuando el tiempo no existía, cuan¬do no había la tierra, ni el sol, ni la luna, ni las estrellas; un tiempo cuando tú podrías haberte lanzado a través del es¬pacio todo y no haber encontrado nunca un lugar en donde posar la planta de tu pie, cuando no hubieras tropezado con criatura alguna, y, sin embargo, Dios estaba en todas par¬tes; cuando no había ángeles con arpas de oro entonando alabanzas celestiales, y Dios, sin embargo, era todo en todo.
Pregunta. ¿Dónde estaba Jesús entonces?
Respuesta. Él era, o estaba, con Dios. "En el princi¬pio era el Verbo, y el Verbo era con Dios." Él estaba junto a Dios, en perfecta bienaventuranza allí. "Jehová me poseía en el principio de su camino, ya de antiguo, antes de sus obras... con Él estaba yo ordenándolo todo y fui su delicia todos los días." Él estaba en el seno del Padre. "El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre." Él tenía una gloria perfecta allí. "Oh Padre, glorificame tú, cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de ti antes de que el mun¬do fuese."
Pregunta. ¿Quién era Jesús entonces?
Respuesta. Él era Dios. El Verbo estaba con Dios, y era Dios". Él era igual al Padre. "Él no tuvo por usurpa¬ción ser igual a Dios." Él era rico. Él era la imagen de la gloria de Dios, y la misma imagen de su sustancia o persona.
Hermanos, ojalá pudiese haceros dirigir vuestra mira¬rada hacia aquel tiempo cuando Dios estaba solo desde toda la eternidad; ojalá me fuese dado mostraros la gloria que Jesús tenía entonces cómo habitaba en el seno del Padre y cómo era su delicia continuamente y que entonces pudiese deciros: "Éste es el glorioso ser que se ha hecho cargo de la causa de los pobres pecadores perdidos; éste es el que va a colocarse en el lugar de ellos para sufrir cuanto ellos debie¬ran sufrir y obedecer lo que ellos debieron obedecer. Consi¬derad a Jesús, adoradle con embeleso, pesad cada considera¬ción en la balanza del más profundo juicio; considerad su rango, su honorabilidad , el contentamiento que da a Dios el Padre; considerad su poder, su gloria, su igualdad a Dios el Padre en todas las cosas; considerad y decid: ¿no creéis que debéis confiar vuestro caso a Él? ¿Pensáis que será un Sal¬vador suficiente? Oh, hermanos, ¿no debiera clamar toda alma: Él me basta, no quiero otro Salvador?
2º. Pensemos nuevamente en que hubo un tiempo cuando este mundo inició su existencia, cuando el sol empe¬z6 a brillar y la tierra y los mares comenzaron a existir. Hubo un tiempo cuando miríadas de felices ángeles fueron formados y extendieron sus alas *cumpliendo sus mandamien¬tos, cuando las estrellas de la mañana iniciaron unidas sin¬fonías y todos los hijos de Dios vieron henchidos de gozo sus corazones.
Pregunta. ¿Qué estaba haciendo Jesús entonces?
Respuesta. "Sin Él, nada de lo que es hecho, fue hecho... por Él fueron creadas todas las cosas que están en Ida cielos y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades: todo fue crea¬do por Él y para Él.” Oh, hermanos, pueda yo haceros re¬troceder con el pensamiento a aquel maravilloso día y mos¬traros a Jesús llamando a la existencia a los ángeles, colgan¬do la tierra sobre la nada! ¡Ojalá que podáis vosotros oír la voz de Jesús diciendo: "Sea la luz” y que me sea dado des¬cubriros susurrando a vuestro oído: "Éste es quien va a hacer¬se cargo de los pecadores, consideradle bien, ved si hay ra¬zones para tenerle por un Salvador suficiente, miradle con detenimiento y llenos de admiración" i Son buenas nuevas, un buen mensaje para los pecadores si tan todopoderoso ser va a tener cuidado de nosotros!
Del mismo modo que no puedo albergar duda alguna de la seguridad y solidez de la tierra que se halla bajo mis pies, así tampoco con respecto a la seguridad y perfección de mi salvación.
3º. Pero la obra de la creación ya hace mucho que tuvo lugar, y Jesús ha estado, ha habitado en nuestro mundo. Sin embargo, ahora no está aquí. Ha resucitado. Han transcurri¬do más de diecinueve siglos desde que Cristo estuvo en el mundo.
Pregunta. ¿Dónde está Jesús ahora?
Respuesta. "Está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas". Está sentado en el trono con Dios en su cuerpo glorificado y su trono es eterno. El cetro ha sido puesto en su mano, cetro de justicia, y el óleo de la alegría santa ha sido derramado sobre su cabeza. Toda potestad en el cielo y en la tierra le ha sido entregada.


¡Oh, hermanos, que pudiésemos vosotros y yo penetrar en los cielos hoy y ver lo que está sucediendo en el alto san¬tuario! Veríamos a los hijos de Dios que miran a quien mu¬rió aquel día, podríamos ver al Cordero con las señales de sus profundas cinco heridas sentado en el mismo trono, ro¬deado de todos los redimidos provistos de arpas y recipien¬tes de oro Henos de perfumes, podríamos ver una multitud de ángeles en derredor del trono, cuyo número se cuenta por de¬cenas de millares y miles de miles, todos cantando: "Digno es el Cordero que ha sido muerto". Uno de estos ángeles podría, complacido, deciros: "Éste es el que ha sobrellevado la causa, el que se ha hecho cargo de los pecadores perdidos; Él llevó sobre sí la maldición y cumplió toda obediencia, 21 vino a ser el segundo Adán, el sustituto del hombre. Y he aquí que allí, sobre el trono del cielo está, considérale, mira reverente y agradecido sus heridas que son su gloria y dime: ¿piensas que serás salvo si confías en Él? ¿Piensas que sus sufrimientos y obediencia no son suficientes?" ¡Sí, sí Señor, es bastante!, clama cada alma i Señor, retira y es¬cinde de mi mirada tu mano! No me la muestres más, pues temo no poder sobrellevarlo. i Oh Dios, permíteme perma¬necer siempre contemplando al todopoderoso y divino Sal¬vador, digno de toda honra, hasta que mi alma adquiera la completa seguridad de que su obra en favor de los pecado¬res es una obra totalmente acabada y perfecta, a la que nada falta! Sí, aunque todos los pecados del mundo pendiesen de mi cabeza débil, aun así no podría dudar de lo perfecto de su obra ni de que yo soy completamente salvo al confiar en Él.
Ahora quisiera hacer un ruego a los creyentes., Algunos de vosotros habéis sido realmente guiados por Dios a creer en Jesús, aunque no viváis de forma plena en una vida de paz y experimentéis escaso crecimiento en la santidad. ¿A qué se debe tal cosa? Es porque vuestro ojo está fijo en cualquier cosa menos en Cristo. Estáis tan ocupados miran¬do a los hombres o al mundo, que no tenéis tiempo, ni oca¬sión, para mirar a Cristo.
No os extrañe tan poca paz y gozo en vuestra fe. No os extrañe que viváis una vida tan inconsistente y poco santa. Cambiad vuestro plan y conducta. Considerad la grandeza y la gloria de Cristo que ha cargado sobre al toda la responsabilidad de llevaros salvos al cielo y hallaréis que es completamente imposible andar en tinieblas o en Pecado. ¡Oh!, ¿qué significan los despreciables pensamientos que te¬néis acerca del glorioso Emanuel? Alzad vuestros ojos de vues¬tro propio pecho, oh creyentes postrados, y mirad a Jesús.
Es bueno mirar a vuestros propios caminos, pero es mucho mejor centrar vuestra contemplación en.Cristo.
Y ahora deseo, invitar a las almas sedientas. Almas an¬siosas, ¿habéis comprendido toda la gloria de Cristo? ¿Ha¬béis comprendido que Él vino precisamente a salvar a los pecadores culpables? ¿Y dudáis aún, pensando si será un Sal¬vador suficiente? ¡Oh!, ¿qué significan, de qué sirven las visiones que habéis tenido de Cristo, si todavía no os atrevéis a confiarle vuestra propia alma?
Objección. Por mi parte, no tengo duda alguna acer¬ca de los sufrimientos de Cristo, así como de su valor com¬pleto y suficiente, pero me temo que fue en favor de otros y no en favor mío. Si me fuese posible tener la certeza de que fue efectivamente por mí, descansaría completamente en paz.
Respuesta. En ningún lugar de la Biblia se dice que Cristo murió por este o por aquel pecador. Si estás aguar¬dando a encontrar tu propio nombre en la Biblia, tu espera será eterna. Sin embargo, y aunque tu nombre no se men¬ciona, sabe que algunas versículos antes del texto leído, lee¬mos que "gustó la muerte por todos" y en otra parte que "Él es la propiciación por los pecados de todo el mundo". No se dice que todos los hombres son salvos, o han quedado salvos por Él. ¡Ah, no, eso no! La mayoría de ellos nunca vendrán a Jesús y serán perdidos; pero los versículos enseñan que cual¬quier pecador puede acudir a Cristo, aún el más grande de los pecadores, y aceptarle como a su propio Salvador. Ven, por tanto, alma ansiosa, y di al Señor: "Tú eres mi refugio y mi fortaleza" y, entonces, si te es posible, continúa ansiosa.

II. CONSIDERAD A CRISTO COMO EL APÓSTOL 0 MENSAJERO DE DIOS

La palabra apóstol significa mensajero, uno que ha sido ordenado y enviado a una misión especial. Cristo es un Apóstol porque Dios le ordenó o preparó y envió al mundo.
En el Antiguo Testamento se da a menudo a Cristo el nombre de "el ángel del Señor, o el mensajero del pacto". É1 es llamado el escogido de Dios, elegido para la obra; se le llama también el siervo de Dios; se le llama el Mesías o el Cristo, o el ungido, porque Dios le ungió y le envió para la obra de salvar a los pecadores. En el Nuevo Testa¬mento una y otra vez Cristo se llama a sí mismo el enviado de Dios. "Como tú me enviaste al mundo... y éstos los dis¬cípulos han conocido que tú me enviaste.”! Todo ello nos muestra plenamente que no es sólo el Hijo quien está inte¬resado en la salvación de los pecadores, sino también el Pa¬dre. "El Padre envió al Hijo para ser el Salvador del mundo."
Objeci6n. Ciertamente veo que Cristo es un grande y glorioso Salvador, poderoso para llevar a cabo todo lo ne¬cesario para salvar a los pecadores, pero quizá Dios el Pa¬dre no querrá descargar sobre Él toda su ira para no tener que hacerlo sobre nosotros, o quizá no se dará por satisfe¬cho con que Cristo haya sido nuestro sustituto.
Respuesta. Mira y considera que Cristo es el apóstol de Dios. Es tanto la obra de Dios como la obra de Cristo. Dicha obra estaba tanto en el corazón de Dios cómo en el de Cristo. Dios amó tanto y tan verdaderamente al mundo como lo amó Cristo. Dios dio a su Hijo, de igual forma que Cristo se dio a sí mismo por nosotros. También el Espíritu Santo tiene tanto interés en la obra como el Padre y el Hijo. Dios dio a su Hijo, el Espíritu Santo le ungió y en él habitó sin medida, en toda su plenitud. En su bautismo, Dios le recono¬ció su Hijo muy amado, y el Espíritu Santo descendió sobre Él como una paloma.
¡Oh, hermanos, si me fuese posible trasladaros a la eterinidad que precedió a la fundación del mundo, os llevaría e introduciría en el Concilio de. la divina Trinidad! Del mismo modo que se dijo "hagamos al hombre" podría hacer oír la voz que acordó: "Salvemos al hombre". Os mostraría cómo Dios desde toda la eternidad designó a su Hijo para encar¬garse de la salvación de los débiles pecadores; cómo era el mismo plan y el íntimo deseo del corazón del Padre que Jesús viniese al mundo y muriese en lugar de los pecadores; cómo el Espíritu Santo exhaló suave incienso y se derramó como el más santo óleo sobre la cabeza del Salvador aparejado para descender a nuestro mundo. Ojalá me fuese dado mostraros el intenso interés con que el ojo de Dios siguió a Jesús a través de toda su vida de penas, sufrimientos y muerte y ha¬ceros patente la ansiedad presurosa con que Dios apartó la piedra del sepulcro mientras aún era oscuro, a fin de que el alma de Cristo no quedase en el sepulcro, ni su Santo viese corrupción, y maniféstaros el éxtasis de amor y gozo que latió en el seno del Dios infinito cuando Jesús ascendió a su Padre y nuestro Padre; cómo le recibió con una plenitud de bondad y gracia que en sólo Dios puede darse, y cómo Dios le recibió diciendo: "Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado, tú eres digno de ser llamado mi Hijo; nunca hasta este día has merecido tan plenamente ser llamado mío; tu trono, oh Dios, es trono eterno, siéntate a mi diestra en tanto pon¬go a tus enemigos por estrado de tus pies."
Oh pecador, ¿seguirás dudando si Dios el Padre está interesado en tu salvación, si el corazón de Cristo y el del Padre tendrán el mismo deseo, si estuvieron ambos de acuer¬do en aquella gran entrevista cuando se deliberaba acerca del plan de la salvación del hombre?
¡Oh creyente, considera este apóstol de Dios, medita en estas cosas, mira y remira hasta que tu paz sea como un río, y tu justicia como las ondas del mar,. hasta que el aliento de tu alma sea, Abba, Padre!

III. CONSIDERA A CRISTO COMO EL SUMO PONTIFI¬CE DE NUESTRA PROFESIÓN

Las obligaciones del Sumo Sacerdote eran dos: Prime¬ramente, ofrecer sacrificio; en segundo lugar, hacer inter¬cesión.
Cuando el Sumo Sacerdote atravesaba la puerta de ac¬ceso al altar de las ofrendas quemadas, lo hacía en presencia de todo el pueblo para ofrecer sacrificio en favor de ellos. Todos ellos permanecían en derredor contemplando y consi¬derando a su Sumo Sacerdote; cuando él juntaba la sangre en la vasija de oro y se ataviaba con sus blancas vestiduras sacerdotales y desaparecía de su vista a través del velo, sus ojos le seguían hasta el misterioso velo que le escondía de su vista. Pero aún entonces el corazón de los judíos piadosos iba tras él. Ahora él está haciendo el esparcimiento de la sangre en simbólico acto siete veces repetido, diciendo: "Sea esta sangre en lugar de nuestra sangre". Él intercede ahora por nosotros.
Hermanos, sigamos y consideremos también, y por la fe, a nuestro gran Sumo Sacerdote.
1º.Considerémosle ofreciendo sacrificio. No os es po¬sible mirar a Él sobre la cruz como lo hicieron los discípulos; no podéis ver su sangre brotando de sus cinco heridas; no podéis verle derramando su sangre para que la sangre de los pecadores no hubiese de ser derramada. Sin embargo, si Dios derrama sobre nosotros su gracia, podéis ver en su pan par¬tido y su vino derramado una viva representación del Salva¬dor que murió. Ya, hermanos, el sacrificio se ha realizado, Cristo ya ha muerto, sus sufrimientos ya han pasado... ¿Y cómo es que tú no disfrutas de su paz? Es a causa de que no te paras a meditar. "Israel no conoce, mi pueblo no tiene en¬tendimiento". Considera que Jesús ha muerto en lugar de los culpables pecadores. ¿No quieres que Jesús sea tu sustituto, no lo quieres de veras? No tienes por qué perecer. ¡Oh creyen¬te bienaventurado, regocíjate eternamente! Vive con la vi¬sión del Calvario y vivirás con la visión de la gloria y i oh! regocíjate en la feliz ordenanza que estableció para traernos a la mente su grato recuerdo, la simple y sencilla Cena del Señor, el solemne acto del partimiento del pan.
2º. Considera a Cristo intercediendo. Cuando Cristo ascendió del Monte de los Olivos y entró en los cielos, llevan¬do sus heridas sangrantes a la presencia de Dios y cuando los discípulos le hubieron contemplado hasta que una nube U ocultó de su vista, los ángeles tuvieron el grato encargo de
darnos la manifestación que nos asegura que Él volverá a Jerusalén con gran gozo. ¿Qué? ¿Están ellos gozosos a pe¬sar de que el Señor parte? Cuando Él les dijo por primera vez, que les iba a dejar, tristeza hinchió sus corazones, y tuvo necesidad de hablarles y consolarles diciendo: "No se turbe vuestro corazón... os es necesario que yo vaya". ¡Cómo fueron cambiados entonces! Jesús los deja y ellos están llenos de gozo. i Oh! he aquí el secreto: ellos sabían que Cristo iba ahora a la presencia del Padre, que su gran Sumo Sacerdote estaba ahora atravesando el velo para interceder por ellos.
Creyente, ¿participas tú del gozo de los discípulos? Con¬sidera al apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, Cris¬to Jesús. Él está por encima de aquellas nubes y por encima del firmamento. i Oh! que permanezcáis contemplándole en el cielo, no con el ojo de la carne, sino con el ojo de la fe. ¡Cuán maravilloso es el ojo de la fe! Ve más allá de las es¬trellas, penetra hasta el mismo trono de Dios y allí mira a la faz de Jesucristo que intercede por nosotros, a quien no ha¬biendo visto, amamos; en quien, aunque al presente no le veamos, creyendo nos regocijamos con un gozo inefable y lleno de gloria.
Si vosotros quisierais vivir así, cuán dulce paz henchiría vuestro corazón. ¡Y cuán numerosas gotas del Espíritu Santo descenderían sobre vosotros en respuesta a la oración de nuestro Salvador! Entonces vuestra cara se iluminaría y brillaría como la del protomártir Esteban. El pobre y ciego mundo vería que existe un gozo que el mundo no puede dar y que el mundo no puede quitar. El cielo parecería haber asaltado la tierra.
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