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viernes, 27 de mayo de 2011

El Mártir de las catacumbas.

Finalmente lo encontré en audio libro y con voz humana, para que puedan disfrutar de este clásico de clásicos.
fuente:
Iglesia De Cristo Latinoamericana Achupallas
El Mártir de las Catacumbas

Esta vez entró al escenario un anciano, de figura inclinada y cabello blanco plateado. Era de edad muy avanzada. Su aparición fue recibida con gritos de burla e irrisión, aunque su rostro venerable y su actitud digna hasta lo sumo hacían presumir que se le presentaba para despertar admiración. Mientras las risotadas y los alaridos de irrisión herían sus oídos, él elevó su cabeza al mismo tiempo que pronunció unas pocas palabras…

-Romanos, -dijo el anciano-, yo soy cristiano. Mi Dios murió por mí, y yo gozoso ofrezco mi vida por El….

…tres panteras aparecieron saltando hacia él. El anciano cruzó los brazos, y elevando sus miradas al cielo, se le veía mover los labios como musitando sus oraciones. Las salvajes fieras cayeron sobre él mientras oraba de pie, y en cuestión de segundos lo habían destrozado.

En medio de la misma fue arrojada una banda de indefensos prisioneros, empujados con rudeza. Se trataba principalmente de muchachas, que de este modo eran ofrecidas a la apasionada turba romana sedienta de sangre. Escenas como ésta habrían conmovido el corazón de cualquiera en quien las últimas trazas de sentimientos humanos no hubiesen sido anuladas. Pero la compasión no tenía lugar en Roma. Encogidas temerosas las infelices criaturas, mostraban la humana debilidad natural al enfrentarse con muerte tan terrible; pero de un momento a otro, algo como una chispa misteriosa de fe las poseía y las hacía superar todo temor. Al darse cuenta las fieras de la presencia de sus presas, empezaron a acercarse. Estas muchachas juntando las manos, pusieron los ojos en los cielos, y elevaron un canto solemne e imponente, que se elevó con claridad y bellísima dulzura hacia las mansiones celestiales:

Al que nos amó,
Al que nos ha lavado de nuestros pecados
En su propia sangre;
Al que nos ha hecho reyes y sacerdotes,
Para nuestro Dios y Padre;
A El sea gloria y dominio
Por los siglos de los siglos.
¡Aleluya! ¡Amén!

Una por una fueron silenciadas las voces, ahogadas con su propia sangre, agonía y muerte; uno por uno los clamores y contorsiones de angustia se confundían con exclamaciones de alabanza; y estos bellos espíritus juveniles, tan heroicos ante el sufrimiento y fieles hasta la muerte, llevaron su canto hasta unirlo con los salmos de los redimidos en las alturas.

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